miércoles, 2 de junio de 2010

Nubes de caramelo



El día despertó de su trasnochado sueño. Deje atrás mi casa y caminé rumbo a la Francisco Villa, había llegado la hora.
Esperé a que todos salieran para saltar la barda; trepé por la puerta y brinqué, caí sobre una gran mierda que desestabilizo mi aterrizaje pero logré incorporarme inmediatamente y recuperé el equilibrio sin más problemas, todo lo tenía planeado con rigurosa precisión, había leído el “Manual de acción directa” del Frente de Liberación Animal y todas las medidas de seguridad estaban resueltas, mi acuciosa observación de las rutinas y horarios de la familia me daban toda la ventaja para lograr mi objetivo, estaba un paso adelante de ellos, sabía que tenía hora y media antes que la familia regresara del templo “La Congregación” de testigos de Jehová, no me fue tan fácil vencer la cerradura, mi estudio del modelo 800/X-900 me había llevado a resolver que la parte más débil para abrirla se encontraba en el receptáculo que atajaba el seguro, sumiendo los bordes podría deslizar el choricillo y aplicando un poco de presión la puerta cedería, con un poco de reticencia logré mi objetivo en 12 minutos, ahí estaba el umbral que nos separaba de la libertad, tome a Caramelo y salimos tranquilos en dirección opuesta al templo, no olvidé dejar la nota: “Me largo miserables humanos egoístas, cangrejos de ciudad, me voy a un lugar mejor ya que ustedes nunca sabrán respetar, los quise, es cierto, porque fueron lo primero que conocí, pero si me hubiera quedado con ustedes pronto me convertiría en un antisocial y psicótico ser debido al encierro que es mi único destino con ustedes, ¡Adiós! Atte. Caramelo”. Caminamos rumbo al parque Tezozomoc y burlando las restricciones del acceso a mascotas entramos. Las hojas de los árboles eran agitadas dulcemente por el viento, el parque empapado por la luz de marzo estaba alegremente vacío, Caramelo corrió y de un salto me arrebató la gorra, su ágil vitalidad semejaban la demencia desmecatada de Nandito - el primogénito de mi tía Laura- corrí para alcanzarlo y tratar de quitársela pero Caramelo no daba tregua y con gesto jocoso se adelantaba y giraba a gran velocidad manteniendo las patas traseras en el mismo lugar para después correr y detenerse a girar de nuevo, después de infructuosos intentos por recuperar mi gorra caí tendido sobre el pasto en dirección al cielo, observando las tersas y traviesas figuras que las nubes creaban. Caramelo llego mansamente a recostarse a mi lado, puse mi mano sobre sus agitadas extremidades y nos quedamos tranquilos por un momento, los inadvertidos cambios de las figuras de las nubes y las nuevas e insólitas formas que se creaban al servicio del viento me llevaron a pensar en el cambio de vida que experimentábamos.
Durante el tiempo que Caramelo había estado con su primera familia su inagotable energía era apagada al pie de un escalera donde permanecía amarrado día y noche con una cadena que no superaba el metro y medio de extensión, su apretujado cuerpo descansaba sus esperanzas sobre un peldaño desgraciadamente incomodo y frío, sin embargo, Caramelo no parecía someterse a los días de desdén y sujeción, y su carácter mantenía siempre una afable curiosidad por cualquier ser que cruzara enfrente de él, desde pequeño había sido sometido a maltratos y el infortunio parecía que duraría toda su vida, pero como las inadvertidas figuras que en aquella inmensa tarde creaban las nubes, su vida había tomado un dirección venturosa. Al rendirse la tarde sobre las faldas de la noche tome a Caramelo y nos fuimos a casa. Con el paso de los días mi insomnio fue esfumándose como nube, Caramelo y yo teníamos tantas tardes por crear, tantas horas que dibujar, tantas mañanas por amanecer, tantas nubes para ladrar.

2 comentarios:

  1. justo acabo de leer un artículo relacionado con tu cuento que comparo y lo cito "El abolicionismo es el paso obligado de toda sociedad que aspira a una verdadera civilización. Mientras sigamos cerrando los ojos ante los cotidianos crímenes de los rastros y demás espacios de abuso animal, sin preocuparnos siquiera en investigar las saludables alternativas de consumo que existen, o peor aún, mientras seamos indiferentes al dolor y sigamos pagando por ver espectáculos crueles, no podremos llamarnos civilizados"

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